Perfumada en diamantes.

Eran las siete de la tarde. Ana y Fernando estaban sentados en el suelo, cubiertos por un tejadito de la estación de trenes ya que estaba lloviendo, como la primera vez que se encontraron. Estaban sentados uno enfrente de otro; Fernando jugando con el pañuelo de Ana, mientras ella miraba atentamente la lluvia.

-Cuentame algo-le dijo Ana

+Pues... hace un día estupendo-dijo colocándose el pañuelo en la muñeca

-Algo que sea verdad, tonto

+¿Algo que sea verdad?, facil, eres preciosa-Ana puso los ojos en blanco, mientras esbozaba una gran sonrisa

-Oye Fer... ¿por qué nosotros no tenemos una canción?

+¿Qué?

-Que por qué -él la interrumpió

+Ya, ya se lo que has dicho, pero, nosotros si tenemos una canción, cielo

-¿Sí?, ¿cual?

+Es el sonido de tus zapatos al acercarte rápidamente hacia mí para saltar a mis brazos, o cuando te marchas, es el suspiro que das cuando te desesperas, es aquella risita que te entra cuando me estas dando un beso o el sonido de tus piernas al moverse rápidamente cuando te pones nerviosa... esa es nuestra canción-Ana se acercó a él y le empezó a besar, pero muy despacio, se retiró

+Y yo... ¿te puedo hacer una pregunta?

-Claro

+¿Por qué tu corazón va tan rápido?, quiero decir... ¿por qué tu pulso es tan acelerado?

-Mi pulso no es acelerado

+Claro que sí, lo siento cuando me das un beso o un abrazo

-Tonto, ¿aún no te has dado cuenta que es solo cuando estoy cerca tuya? 

+¿Si?

-Sí; y eso es lo mágico, que llevamos tres años saliendo y aún me sigues poniendo nerviosa