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Soy aficcionada a perfumarme en diamentes mientras un disco de vinilo es tocado a lo lejos.

jueves

Era un martes y 13 de cualquier mes del año. Llovía a cántaros y era tarde para estarse enfrente del televisor y ponerse una película junto a palomitas tapada hasta la barbilla, pero Ana tenía cosas mejores que hacer. Se peinó delicadamente su rubio cabello y se puso rápidamente su chubasquero dorado. Buscó sus llaves, junto a su paragüas lila y se fue rápidamente, haciendo maniobras para no caerse debido a los charcos que había dentro. Fue corriendo hacia la estación de trenes para no llegar tarde. Las cuatro. Bien. Cuatro y cinco. Cuatro y diez. ¿Qúe le habrá pasado? Cuatro y media. ¿Y si le ha pasado algo grave? Cinco menos viente. Cinco menos cuarto. No me coge el móvil. Cinco menos cinco. Ya no vendrá. Ana tiró el paragüas con ira y empezó a llorar acostada en sus rodillas, cuando alguien se le puso delante suya. Alzó la mirada y vió a un muchacho de unos 15 años con su paragüas en la mano y una sonrisa deslumbradora. Era él. Aquel chico que siempre se lo encontraba en la librería leyendo en el gran sillón rojo delante de la cristalera. No sabía su nombre ni nada sobre él, pero siempre le observaba escondida detrás de la estantería con las mejillas coloradas. De su boca salió un "se avecina tormenta" y se alborotó su pelo mojado. Se sentó junto a ella y, como si se conocieran de toda la vida, apoyó su cabeza mojada en su hombro. Hablaron de todo, de ella, de él, del tiempo, del gilipollas que le había dejado plantada, de todo. De los ojos de la chica salieron lagrimas incontrolables y él se las apartó delicadamente acercándose poco a poco a ella y le soltó un "las princesas no lloran" y le dió un beso en la mejilla, pero los dos pedían más, por lo que de las mejillas, pasaron al cuello, y de ahí, a la boca. Y los dos se fundieron en un beso dulce, largo, y húmedo. 

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